La vanidosa Felicidad exige a sus
pretendientes una alta dosis de honestidad; por eso es que insisto tanto en que,
en la mayoría de los casos, cuando el bienestar parece una quimera esquiva, no
hay que seguir haciendo más y más cosas innovadoras sino, por el contrario,
dejar de dar tumbos e insistir con más ahínco en ser y sólo ser.
Aunque
esto sigue siendo así, en ocasiones la
Felicidad precisa un cambio: dar un salto en la frecuencia energética en que
resonamos. Sí, sí, como si se tratara de un radio que puede estar
sintonizado en 780 KHz o en 1.200 KHz. Exactamente así.
¿Por
qué? Porque así como la emisora que
se sintoniza en 780 KHz no tiene la misma programación de la que se oye en
1.200KHz, a quienes viven en un nivel más bajito no les ocurren las
mismas cosas que a quienes resuenan con cosas correspondientes a un nivel
superior.
Así,
pues, el cambio, para que sea genuino y, sobretodo, duradero, debe gestarse
desde adentro; desde la médula. En mi búsqueda particular (porque yo también
sigo tratando de colgarme al tren que es) he concluido que el éxito está en lo
siguiente: