Parece poco probable, a simple vista, que alguien quiera deliberadamente verse mal; que las elecciones que haga
cada mañana en relación con la forma como se verá el resto del día lo lleven a
verse feo, anacrónico o desprolijo.
Parece poco probable, pero la verdad es que “decidir verse mal” es un fenómeno que cada vez se difunde más y más
entre las personas que sintieron que ya no
fueron capaces de seguir los
dictados de la moda; que concluyeron que no tienen las medidas que
aparentemente hay que tener para verse bien o que, sencillamente, se dieron por
vencidas en la batalla diaria que tenemos que dar todos por sentirnos satisfechos
con lo que vemos en el espejo o, al menos, por comenzar a reconciliarnos con
nuestro reflejo.
Y la verdad es que es más fácil caer en esa mala costumbre que escapar de
ella, porque aquello a lo que nos referimos de forma genérica cuando hablamos
de “vernos bien” implica la
disciplina de hacer un ejercicio consciente cada mañana, primero frente al
clóset, luego frente al espejo, tomando decisiones inteligentes que pongan a la
ropa y a los accesorios a trabajar para nosotros.
A continuación expongo los segmentos de personas y las razones más
frecuentes (sin pasar a las de orden psiquiátrico, que escapan a los propósitos
de este artículo, por evidentes razones), por las cuales muchos terminan
rodando por esa espiral descendente, que se transforma fácilmente en un vicio:
el de creerse feo, para terminar volviéndose y viéndose feo.
1. Personas que llevan años viéndose de una misma forma y tienen miedo de
experimentar nuevas tendencias. Ante la posibilidad de sentir que hacen el
ridículo o de sentir la desaprobación por intentar algo distinto en su apariencia,
prefieren “especializarse en verse mal”,
para que no haya dudas.
Los integrantes de este grupo creen,
equivocadamente, que de esta forma se están “blindando” de los comentarios, llevando a cuestas una apariencia
tan decididamente desvencijada, que es “a
prueba de críticas”; apostando a que si se nota que ellos decidieron verse tan
manifiestamente mal, ya no hay nada que se les pueda decir.
2. Personas que viven guardando su ropa bonita o su ropa favorita “para cuando haya una ocasión especial”
Este es un caso de mayor ocurrencia entre las
mujeres, por varios factores inherentes a su condición: son más soñadoras
(viven esperando por la noche en que el príncipe azul que las invite a comer en
el lugar más romántico del mundo, a la orilla del mar, obviando el hecho de que
viven a 700 kilómetros de la playa); tienen muy arraigado el sentido del ahorro
y de la previsión a largo plazo (“si me
quedo sin trabajo – [o la opción que aplique]: si mi marido se enoja conmigo y no me da el dinero; si se acaban mis
ahorros, etc.- y ya no puedo comprarme algo bonito, al menos sé que tendré esto
en buen estado”); no consideran merecer ponerse algo especial cada día y se
sienten culpables si lo hacen sin una razón aparente… En fin, las razones son
innumerables, pero lo cierto es que son muchísimos (hombres incluidos –y a
veces por las mismas razones que las mujeres-) quienes eligen tristemente verse
mal cada día, en pos de una circunstancia tan improbable, que se llama así: “ocasión especial”.
3. Personas que piensan que la ropa bonita o “a la moda” es un privilegio de pocos porque es muy costosa
No existe una creencia más falsa que esa. No hay
duda de que las vitrinas de las grandes casas de moda están adornadas con
prendas que, además de ser bonitas, son invariablemente caras. Pero no
olvidemos que, aunque tenga más publicidad, la alta costura sólo representa un pequeño margen de la oferta del
mercado textil.
Un síntoma muy frecuente en este sector de la
población que se rige en sus elecciones diarias bajo la premisa equivocada de
que sólo hay ropa linda en las boutiques más exclusivas, es que casi siempre terminan
llenando sus armarios de piezas “básicas”
que impiden dar un sello personal a su apariencia.
Generalmente, las personas de este grupo suelen
ser amantes (locas) de las promociones y sienten una indescriptible satisfacción
al “ir de compras” y volver a casa
con dos bolsas enormes, llenas de ropa que en fin no dice nada sobre quien las
usa ni les favorece en lo más mínimo.
4. Personas que sin haber intentado un estilo o un color, dan por descontado
que no les va; que no les queda bien
En este segmento participan indistintamente hombres
y mujeres de todas las edades, que se autoproclaman como “de corte clásico”, en procura de justificar (generalmente ante sí
mismos, luego ante sus parejas, después frente a sus hijos y así,
sucesivamente), su falta de iniciativa y de curiosidad por conocer otras
versiones de su imagen.
Aluden a su membresía al Club de los de Estilo Clásico como si se tratara de un
salvoconducto, que tiene el efecto mágico que hacer que su chaleco de rombos verdes
y marrones (que renuevan en el mismo almacén de tejidos cada vez que el actual se
llena de motas) sea una de aquellas “prendas
atemporales”, como el smoking de
Yves Saint-Laurent.
5. Personas que por haberse dedicado a la contravención sistemática de los
códigos de vestuario buscando proyectar originalidad, terminan perdiéndose de
prendas y tendencias originales, bonitas y favorecedoras.
Esta es una tendencia bastante más notoria entre
los adolescentes quienes, luchando incansable (y paradójicamente) por
distinguirse de los demás, acaban uniformándose con los amigos. Sin embargo,
nos referiremos por lo pronto de los adultos que en lugar de definir su estilo
personal con espíritu transgresor (que es, en realidad, tan refrescante a
la vista cuando es llevado con ingenio –y que, entre otras, catapultó a la fama
a personajes que se consagraron como genios de la moda, como fue el caso de John
Galliano-), se pasan al bando de los que niegan por completo su vanidad, hasta perder
el respeto por su persona, en un afán innecesario por demostrar su desprecio
absoluto por la superficialidad.
Estos son, pues, los cinco patrones que más frecuentemente enmarcan el
esquema mental de quienes han decidido
participar en sus círculos sociales, profesionales o académicos con la imagen
menos favorable de sí mismos. No nos hemos referido a quienes, queriendo
acertar, siguen tomando decisiones equivocadas en relación con su atuendo, ya
que esa es una hipótesis totalmente distinta.
Lo que me gustaría en el día de hoy, si sientes que estás encerrado en
alguno de estos grupos, es transmitirte un mensaje de tranquilidad, ya que ¡muchos
de nosotros hemos hecho parte de uno o de varios de ellos! ¿Por qué digo que
puedes estar tranquilo? porque cada una de las Causales Para Verse Mal tiene
una solución y, por lo general, llevar a cabo el plan es muy divertido.
Pero, ¡atención!: nada de lo que se ha señalado hasta aquí excluye la
posibilidad de que haya días (y todos tenemos de esos días) en los que nos
sentimos tan mal, pero tan mal (o tan aburridos), que intencionalmente
escogemos la ropa más deprimente de nuestro armario para ahondar en el estado
depresivo en que nos encontramos (como queriendo vivir la crisis con más intensidad).
Independientemente de esos días grises, lo cierto es que, como has visto,
no existe ninguna razón valedera (recuerda que excluimos al principio de estas
reflexiones las causas de orden patológico, que son muy distintas) para que,
pudiendo optar por resaltar las cualidades que más te gustan de tu cuerpo, o, inclusive,
tus rasgos más característicos (como lo hizo de forma tan memorable Frida
Kahlo), sigas tratando –infructuosamente- de pasar desapercibido (si respiras,
no tienes esa posibilidad), en lugar de optar por ser recordado de una forma
positiva, con una imagen que reitere tu carácter y que, sobretodo, te resulte
halagadora y te estimule a hacer el mismo ejercicio día tras día, hasta
adquirir el vicio (ok: el hábito) de verte bien; de proyectar una
imagen que te satisfaga.
Woooow!!!!!!!!!!
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