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miércoles, 11 de junio de 2014

¿Eres inteligente? necesitas ir a rehabilitación


Hola, soy Sylvia y soy inteligente”. Así inició mi proceso de rehabilitación: cuando tenía 28 años comencé a arrancarme con dolor la etiqueta de la tal inteligencia. Inicié el cambio con indiscutible determinación al descubrirme viviendo una vida llena de decisiones 100% sensatas y 0% apasionantes. Aquí va mi testimonio de por qué no tiene caso creerte eso de que eres inteligente. Mi oficina (para no ir más lejos), vive llena de coachees inteligentes que ya no soportan un gramo más de frustración en su vida.

A los ojos de la gente que no me conocía o que apenas tenía una idea de quién era yo, mi vida era perfecta: el hogar de casada perfecto, una vida sin sobresaltos; una profesión tradicional que ejercía con buen crédito; ¿los papás? Inmejorables: “teniendo esos papás, esta niña tiene que ser brillante” (yo vivía con la angustia de sentir, en silencio, que no era ni la décima parte de lo inteligentes que son mis papás); cruzaba la época en la que más linda había estado en la vida; todo resuelto. “¿Para cuándo vas a encargar tu primer hijo?” ¡Por favor!

Lo que la gente no alcanzaba a intuir al cabo de una hora de conversación era que la idea del deber ser que yo tenía para mi vida era algo así como esperar a que pasaran los años para marchitarme y, en fin, morir. Alucinaba con poder estar vieja, muy vieja, porque así todo terminaría discretamente. Sabía que si le ponía fin a mi vida antes de tiempo decepcionaría a muchos (aparte de todas las reflexiones religiosas asociadas al pecado). Nadie que no conociera la verdadera historia sabía (ni intuía) que en mi depresión había dejado de dormir; que la piel de mi cara estaba llena de escamas de resequedad como reacción nerviosa (el combo incluía gastritis y migrañas, obvio); que pasaba tardes enteras mirando hacia una pared blanca con lágrimas que corrían sin esfuerzo por mis mejillas y que oía voces que me repetían que yo era lo peor. Literal: “Sylvia, usted es lo peor”.

Lo bueno de pasar por un trance de esos es que en fin te cansas de la misma historia: o acabas con esa situación, o la tal vida perfecta acabará contigo.

Yo no voy a contar una historia sobre cómo dejé todo atrás y abrí un bar en la playa ni de lo interesante que fue retirarme a un monasterio en el Himalaya y renunciar a todas las posesiones terrenales. Mi vida está lejísimos de ser perfecta. Les voy a contar cómo hice lo mejor que pude hacer con las herramientas que tenía en ese momento. Sobre todo, les quiero compartir cuáles fueron los mitos que desafié y que ahora, en mi ejercicio profesional como Coach de Felicidad, veo que son los patrones de pensamiento comunes a las personas que se describen a sí mismas como muy inteligentes (generalmente porque alguien se los dijo desde niños). Como verás, eso de ser demasiado inteligente no es negocio.

Mito #1: Éxito = Coeficiente Intelectual + Educación Ultraespecializada + El resto viene por añadidura à Éxito = Felicidad   

En mi vida de abogado alcancé a tener acreditación académica suficiente como para inspirar tranquilidad a mis poderdantes. A la vez es cierto que durante todos mis años de ejercicio profesional sólo tuve unos 2 o 3 clientes que en realidad fueran míos, míos, míos: el resto de personas y de empresas que asesoré llegaba a mi oficina cuando mi papá, apasionado del Derecho, no tenía físicamente la posibilidad de atender todos los asuntos por su cuenta (él, a diferencia mía, sí vibra siendo abogado). En fin los testimonios y los resultados que obtenía eran buenos (algunos seguramente excelentes), pero la verdad es que yo no sentía nada ganas de gestionar mi Marca Personal.

Esta escena nos lleva a conclusiones importantes: (i) que te digan que eres inteligente (e incluso si lo has comprobado en la práctica); que obtengas calificaciones sobresalientes y que tengas títulos de posgrado, no garantiza que tu profesión vaya a fluir así-nada-más: sin pasión, sencillamente, no se puede lograr el nivel de enganche que una Marca Personal influyente podría alcanzar.

(ii) Con un súper coeficiente intelectual y una educación posdoctoral y mucha pasión, tampoco vas a lograr mayor cosa si no te lanzas a hacer eso para lo que te has preparado tanto: en el mundo de los negocios nadie te va a pagar por la cantidad de información que tengas acumulada en la cabeza ni por lo apasionado que te muestres en las redes sociales sobre un tema. Entiende que las personas sólo te van a pagar por hacer tu magia: por solucionar problemas reales, ¡por impactar vidas con lo que sabes! (A propósito: si te muestras excesivamente apasionado con algo y sólo logras influir sobre personas muy ingenuas o, peor, no logras nunca ningún resultado verificable con lo que dices que sabes, será el fin de tu Marca Personal… y de tu emprendimiento).

(iii) Dedicarte a hacer lo que sabes hacer bien y recibir buen dinero a cambio de los resultados que logras, NO es una garantía de que vayas a ser feliz. Si no eras feliz antes de ser millonario, tampoco lo vas a ser cuando la cuenta bancaria esté a reventar. O, dicho en otras palabras, después de tener (bien) satisfechas las necesidades básicas, tener más dinero o una mejor posición social o profesional no hace ninguna diferencia: el éxito no lleva a la felicidad… Y, al tiempo con esto, la buena noticia es que es falso que tengas que elegir entre ser exitoso y ser feliz.

Lo importante, en la medida de lo posible, es invertir el orden de los factores: necesitas comenzar a notar las cosas buenas que están disponibles y funcionando ya mismo; que se encuentran ahí, en tu cotidianidad, y que sencillamente estás muy ocupado como para ver.

Se trata de entender que a la gente feliz no le pasa nada extraordinario: simplemente hacen las mismas cosas que hacen todos los demás, tienen los mismos líos, pero enfocan su atención en cosas distintas y concluyen cosas distintas a partir de los mismos sucesos. Paradójicamente, cuando sueltes la obsesión por acertar y por evitar los fracasos, comenzarás a tener los resultados que ahora mismo parecen tan esquivos. Lo siento, así es como opera la Ley de la Felicidad: no se trata de algo que obtienes ni que encuentras al terminar un curso de autoayuda sino de algo que pones a tu vida cada vez que lo decidas. Punto.


martes, 28 de enero de 2014

¿Estás durmiendo con el enemigo?

En mis lecturas de esta mañana encontré una cita muy esclarecedora sobre una de las razones más poderosas de infelicidad y frustración para los seres humanos. La frase es de Mark Moustakas y dice: “Los conflictos más dramáticos, quizás, no son los que ocurren entre los hombres sino entre un hombre consigo mismo”.
Si miramos hacia atrás, buscando en el archivador de metas fallidas todo lo que pudo haber sido y no fue en nuestra vida o, incluso, si revisamos con honestidad los problemas que estamos afrontando ahora mismo, la única razón que nos aparta de alcanzar una meta (la que sea, salvo que se trate de una cosa físicamente imposible, por supuesto), está en nosotros mismos. Y hay que ver lo creativos que resultamos ser a la hora de hacernos infelices.
En mi oficina tengo la oportunidad de oír historias de vida interesantísimas: personas encantadoras que no han podido encontrar el amor en su vida y están a punto de descartar esa posibilidad; personas fantásticas y absolutamente deseables que no son capaces de terminar una relación enfermiza porque les paraliza la idea de no encontrar nada después de lo que tienen; profesionales prósperos y exitosos que quisieran avanzar en su educación de posgrado o viajar pero tienen mil razones para posponer el plan; gente con un talento que le brota por los poros pero que de antemano declara que no tiene la posibilidad de hacer algo significativo con su vida… (“yo soy de los que comienzan pero no acaban”, me dicen mil veces, hombres y mujeres).
Sylvia Ramírez, Life Coach, PNL, Personal Branding, Diseño de Marca Personal, Asesoría de Imagen, Bogotá, ColombiaPara hacer este artículo revisé muy bien las carpetas donde guardo el registro de mi consulta y en estas cuatro tipologías puedo resumir el trabajo de unas 80 horas de coaching con muchas personas, lo cual nos lleva a dos conclusiones centrales:
a. A todos nos pasan más o menos las mismas cosas

b. El autosaboteador de metas nos está clavando un puñal por la espalda y nosotros no hacemos más que justificarlo
Es cierto: no hay nada más peligroso que un cerebro indisciplinado. Estamos dejando que el cerebro nos diga lo que quiera y estamos viviendo de los cuentos que él nos va contando (“me va a abandonar”; “no se puede”; “todo es culpa de mi mamá”), aunque tengan muy poco (o ningún) respaldo probatorio, y en cambio sí estamos dejando pasar más de una oportunidad para ser felices. Vamos por partes:

1. “El amor es doloroso – Ninguna relación me funciona – Esto es lo mejor que voy a conseguir en mi vida”

La primera inclinación de un cerebro que no se ha disciplinado con reglas es la de poner etiquetas rápidamente a cada cosa (persona, relación, situación: “ella es una bruja”; “esto es un fiasco”; “nunca voy a poder salirme de este lío”) para seguir resolviendo todos los problemas de la cotidianidad con las mismas tres soluciones de siempre. Así se ahorra la pereza de pensar qué está pasando realmente en cada caso y, por supuesto, se ahorra la pereza de inventar una solución eficiente.
Tanto quienes me dicen “todos los hombres (o mujeres) son iguales”, como quienes me dicen “es que yo ya entendí que yo no estoy hecho para estar en una relación”, están buscando explicarse y, de paso, resolver ese capítulo de su vida con una afirmación que no tiene ningún fundamento; y si este es tu caso, hay tres preguntas que deberías responderte:
I. ¿Qué pruebas tienes de eso que estás diciendo?
II. ¿No conoces a nadie en ninguna parte del mundo que sí tenga una relación amorosa funcional?
III. ¿Qué precio estás pagando por seguir pensando así?
Sea que creas en las vidas futuras o no, esta es la única vez que te vas a llamar (pon tu nombre aquí) y, con toda honestidad te lo digo, no tiene caso que por el sólo miedo (o, peor, la sola pereza) de salir de tu zona de confort y tener un aspecto más agradable o mejorar algún viejo patrón de comportamiento reactivo o inmaduro, etc., te estés perdiendo de la experiencia tan enriquecedora de compartir con una pareja con la que puedas llegar a acuerdos y vivir una vida tranquila.
En el tema de las relaciones no se trata de tener una estrategia súper compleja (porque no estamos en un campo de batalla – por lo menos a mí me parece muy desgastante entender las relaciones así), ni la idea es que vivas esperando a que, por fin, las personas con las que te involucras cambien: se trata de comenzar a pensardistinto para ser distinto porque cuando tú cambias, tu mundo cambia: lo que te importaba antes hasta el punto de la locura, ahora también te importa pero no te mortifica ni te hace hacer tonterías, por ejemplo.

2. “Toda la vida he soñado con hacer tal cosa PERO…”

Una vez más el autosaboteador de metas es el protagonista poniendo sus famosas etiquetas: “es muy caro; no te puedes permitir eso”; “aprender a ____ (bailar, cocinar, bucear, etc.) a estas alturas no te aporta nada”; “con ese mismo dinero te compras un vestido que te dura más que una cena en ese restaurante”; “a esta edad ya es una ridiculez ponerme en esas”; “no tengo tiempo (en serio: no tengo tiempo)”; “eso sólo pasa en las películas”; “si tuviera otro trabajo y fuera el dueño de mi tiempo, lo haría” y así hasta el infinito con las etiquetas imposibilitadoras.
Repasa los ejemplos de etiquetas del párrafo anterior y contesta una sola cosa: en últimas, ¿de qué se trata tu vida? (¿“sobreviviente” es la palabra que mejor te describiría? ¡cuidado!)

lunes, 26 de agosto de 2013

La Felicidad es el premio a la Determinación



Esta mañana Moritz Jakobsen compartió un artículo fantástico de James Clear, un excelente autor que habla sobre cómo mejorar el desempeño a partir del mejoramiento de nuestros hábitos y en esta ocasión usó como ejemplo a los domadores de leones (aquí el artículo original).

Desde el siglo XX los domadores de leones aparecen en escena provistos de un látigo y de una silla de cuatro patas. En su artículo, Clear explica que lo importante en el desafío es la silla; no el látigo, que sólo es parte del espectáculo. ¿Por qué? Porque al dividir su atención entre las 4 patas de la silla el león se paraliza en lugar de decidirse a atacar al hombre que la sostiene.

Ocurre exactamente igual en nuestras vidas cuando queremos lograr algo: más que “concentrarse” la cuestión es acudir a verbos más recios: decidirse y comprometerse con un propósito específico, afirma J. Clear.

Y así es: cuando has decidido que quieres lograr algo (escribir un libro, modificar un hábito, perder peso, ser mejor profesional, etc.), lo primero es “dejar de soñar cómo sería tu vida si lo lograras y comenzar a actuar como si ya lo hubieras hecho”. En otras palabras, hay que hacer algo. Tienes que comenzar haciendo algo. Comenzar no es una acción que pueda dejarse al azar: es, necesariamente, un acto deliberado de la voluntad.

A la vez hay que ser conscientes de que no por el sólo hecho de empezar vamos a lograr esa meta ambiciosa y exigente que nos hemos propuesto. Lo importante sigue siendo tomar la decisión de lograr algo: cuando tomas una determinación seria, verás cómo, automáticamente (esto te lo garantizo si de verdad estás convencido y no sientes miedo ni culpa frente a la posibilidad de alcanzar la meta), las circunstancias se tornan propicias para el logro; comenzarán a aparecer socios; la buena suerte comenzará a caer como las gotas de agua que anuncian una tormenta y el sendero se verá con más claridad que nunca antes.

Como lo hemos señalado en publicaciones anteriores, es igualmente importante tener presente que el camino para pasar de la Situación “A” a la Situación “B” no es en línea recta. No podría serlo. Si no, no se trataría de una meta ambiciosa. En este punto se hace especialmente importante tener en cuenta que, de todas formas, no eres lo que haces; por tal razón, si durante el recorrido cometes errores, no los eleves automáticamente a la categoría de defectos (gracias por esta valiosa reflexión, Luis Carlos querido), salvo que quieras perder la fe en ti.

Los errores aislados no son más que intentos fallidos. En contraste, los defectos son imperfecciones de carácter reiterativo y permanente en nuestra forma de ser. No confundir una cosa con otra es una característica habitual de las personas más exitosas y felices que conozco.

En el comer y en el rascar el trabajo es comenzar”: Decídete, comienza ya (no esperes a sentirte suficientemente preparado porque eso no va a pasar jamás); no te armes debates entre las 4 patas de la misma silla cuando lo que hay que vencer es al domador que la sostiene; no te inventes más excusas (si tuviera tal cosa, si pasara esta otra, si no tuviera que trabajar, si mis hijos no me enloquecieran, si Fulano me ayudara…); no te vayas por las ramas ni creas en pañitos de agua tibia, que ningún campeón llegó donde está con cuentos sino con disciplina y con fe en que sí se puede y actuando como se actúa cuando se cree rabiosamente que sí se puede.


Decidirse por fin = Felicidad

* Para ver este y otros artículos sobre Felicidad & Marca Personal, visita la página www.sylviaramirez.com.co 



lunes, 27 de mayo de 2013

Mal interpretar los placeres bloquea el paso de la Felicidad duradera



Piensa en algo que te entusiasmara muchísimo lograr, obtener, visitar y que lo hayas conseguido. Recuerda cómo te estimulaba la idea de tenerlo o hacerlo y la felicidad que podías anticipar que sentirías en ese momento. Recuerda cuando lo obtuviste, evoca lo feliz que te sentías. ¿Te sientes la misma Felicidad con la misma intensidad ahora?

Así como hiciste el ejercicio con una meta que asociabas con Felicidad, hazlo ahora con un evento muy temido o muy triste que hayas tenido que afrontar hace varios años. ¿Sientes ahora el mismo nivel de tristeza, desolación y/o preocupación que sentías en ese momento?

¿La conclusión? Es simple: nos acostumbramos a todo; a lo bueno y a lo malo. La tendencia natural del ser humano es a volver a su estado básico de felicidad, sin importar la fuerza del impacto que te haya causado en un primer momento lo que te ocurrió. En eso consiste la adaptación hedónica.

En un artículo anterior hablamos sobre la importancia de no acostumbrarse a lo malo, como en la fábula de la rana que cayó en una olla con agua tibia al fuego y terminó cocinada por irse acostumbrando progresivamente a la temperatura cada vez mayor. (Click aquí para ver el artículo “Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde).

En esta ocasión vamos a pensar en cómo construir Felicidad a largo plazo. Vamos a pensar en cómo tomar decisiones eficientes que eviten que te vuelvas el esclavo servil de pequeños estímulos gratificantes a los que les estás dando equivocadamente el estatus de placer trascendental.

Cuando “más” deja de sentirse como “más” es hora de ejercitar la fuerza de voluntad


Nicolás Boullosa (Barcelona, 1977) hace una analogía muy pedagógica sobre la fuerza de voluntad con un músculo cualquiera: si no se ejercita, se afloja. ¿La buena noticia? Se puede retomar y fortalecer en cualquier momento de nuestra vida. 

viernes, 17 de mayo de 2013

“Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde”




La fábula es el género narrativo en que los animales, dotados de características humanas, desarrollan actividades que siempre dejan una moraleja impactante al lector. En este caso les propongo que hablemos de una muy tradicional: la de la rana que cae en la olla con agua tibia y muere cuando el agua alcanza el punto de ebullición.

Rápidamente: esta fábula cuenta que una rana, que estaba en la ventana de una cocina, cayó accidentalmente dentro de una olla con agua que estaba al fuego. Como el agua estaba a una temperatura agradabilísima, decidió ponerse a nadar, sin pensar en más. El agua fue calentándose poco a poco; tan lentamente, que la ranita sólo sentía algo más de calor, cada vez un poquito más de calor, pero no se detuvo a pensar en todo lo que estaba pasando a su alrededor (empezando por el fogón encendido que tenía debajo de ella). Por ser tan suave el aumento de la temperatura, cuando ya quiso salir fue demasiado tarde: murió cuando el agua comenzó a hervir. Fin.

Moraleja: hay que esforzarse en notar las pequeñas diferencias

Dentro de cualquier clase de proyecto que emprendemos (de vida, laboral, de pareja, de cambio físico, de educación: en todos los proyectos) se van creando tendencias, como en la economía: al alza, a la baja, estancamiento, etc.

La cuestión es que la mayoría de cambios que ahora nos parecen muy importantes comenzaron muchas veces como perturbaciones sutiles a la tendencia inicial: dentro de una dinámica de aparente estabilidad pueden comenzar a surgir indicadores de leves tendencias a la crisis, que por su misma levedad apenas fueron perceptibles y nuestra reacción espontánea fue acostumbrarnos a esos nuevos pequeños factores, como en la fábula que acabamos de traer a colación.

Si el agua hubiera estado muy caliente al primer contacto con la piel de la rana, ella hubiera reaccionado violentamente para salvar su vida. Lo que resultó mortal en su caso fue lo apacible de la temperatura inicial. Como uno de los comandos originales de nuestro cerebro es el de no gastar energía si no es indispensable (ver “Ágilmente” del Dr. Estanislao Bachrach), a éste le resulta más cómodo acostumbrarse a algo aparentemente insignificante que esforzarse en idear una solución novedosa que impida que se cree una tendencia o, de ser necesario, que la detenga.

La trasposición de la fábula de la rana a nuestra vida explica muchas de las circunstancias que encontramos mortificantes en la actualidad: los 20 kilos de sobrepeso comenzaron siendo 1 kilo de sobrepeso. La relación infernal de hoy comenzó con pequeñas faltas de respeto en cada discusión trivial. La difícil situación financiera comenzó con dejar de hacer las cuentas 1 mes y luego ya te dio mucha pereza organizar tantos recibos refundidos en el cajón. La distancia entre dos que hace 1 año se adoraban profundamente comenzó cuando dejaron de hacer todo lo que sabían que podían hacer por conquistar a su pareja y se sorprenden ahora hundidos en la más agobiante monotonía. ¿Te suena conocida alguna de estas hipótesis? Yo las he vivido todas.

(Pero, ya ves, de eso no me morí. Perdí 18 kilos por mi cuenta. Me divorcié. Cambié de profesión. Volví a ser estudiante a los 28 años. Creo que aprendí la moraleja).

Sea que tengas el agua al cuello o que este mensaje haya llegado a tiempo, te voy a mencionar a continuación las soluciones más relevantes que encontré para mis casos y las que he visto funcionar en otros:

martes, 14 de mayo de 2013

La Felicidad es un ejercicio de administración




Todos conocemos muchísimos casos (en nuestra vida diaria o por las revistas de todas partes del mundo) de personas que consideramos altamente exitosas y que, sin embargo, aseguran estar muy lejos de ser felices. Y siempre nos preguntamos por qué: “si yo tuviera la belleza y el dinero de Fulana, tendría todo resuelto”; “si yo ganara todos los casos como el abogado Tal, mi vida sería magnífica”, etc.

Las historias de vida que hemos oído nos llevan a dos conclusiones importantes: (i) poner toda nuestra energía en lograr esa única cosa que asociamos al éxito jamás garantiza lograr un estado de satisfacción sostenida. Y (ii) la apuesta por la Felicidad rotunda es tan complicada como jugar al tiro al blanco con la diana en movimiento. Este es el acertado resumen de Laura Nash y Howard Stevenson en una clásica publicación de la Universidad de Harvard.

Ahora: no se trata aquí de introducir la idea de que para ser feliz hay que renunciar a ser exitoso. Faltaría más. La cuestión sí es, en cambio, entender que para ser feliz lo conveniente es alternar los usos que damos a nuestra energía entre los aspectos que son más gratos para el ser humano: “realización personal, logro al trabajo, significación a la familia y legado a la comunidad (Nash y Stevenson, 1999).

Entender la necesidad de hacer una distribución balanceada de la energía en varios ámbitos de nuestra vida es apenas el comienzo, ya que esa sola tarea es, de por sí, difícil. El primer reto estaría en responder a la pregunta “¿Cómo distribuyo eficientemente mi energía?

Clasificar los deseos

Hacer una categorización de tus metas y deseos en función de lo que significan para ti y del beneficio que te podrían representar es un ensayo de demostrada utilidad. Supongamos que sueñas con tener una familia, aprender a bailar tango, cambiar de carro, lograr un ascenso y tener un abrigo de tu diseñador favorito.

No hay razón para renunciar a ninguno de los propósitos (por ambiciosos que parezcan unos y superficiales que parezcan otros), pero es igualmente cierto que, cuando de metas se trata, el orden de los factores SÍ altera el resultado. ¿Cómo organizarías las metas del ejemplo para que sean todas igualmente realizables?

lunes, 15 de abril de 2013

Los 4 pasos del cambio que sí lleva a la Felicidad


La vanidosa Felicidad exige a sus pretendientes una alta dosis de honestidad; por eso es que insisto tanto en que, en la mayoría de los casos, cuando el bienestar parece una quimera esquiva, no hay que seguir haciendo más y más cosas innovadoras sino, por el contrario, dejar de dar tumbos e insistir con más ahínco en ser y sólo ser.

Aunque esto sigue siendo así, en ocasiones la Felicidad precisa un cambio: dar un salto en la frecuencia energética en que resonamos. Sí, sí, como si se tratara de un radio que puede estar sintonizado en 780 KHz o en 1.200 KHz. Exactamente así.

¿Por qué? Porque así como la emisora que se sintoniza en 780 KHz no tiene la misma programación de la que se oye en 1.200KHz, a quienes viven en un nivel más bajito no les ocurren las mismas cosas que a quienes resuenan con cosas correspondientes a un nivel superior.

Así, pues, el cambio, para que sea genuino y, sobretodo, duradero, debe gestarse desde adentro; desde la médula. En mi búsqueda particular (porque yo también sigo tratando de colgarme al tren que es) he concluido que el éxito está en lo siguiente:

miércoles, 20 de marzo de 2013

Pensando en clave de felicidad en el Día de la Felicidad





Durante los 24 de los 28 años que llevo entendiendo cosas las cosas que oigo –me encanta poner cuidado a la gente-, más de una vez me han dicho, rebosantes de autoridad, que para ser feliz “hay que vivir cada día como si fuera el último” y siempre, siempre, de manera instintiva, desde que estaba muy pequeña, la sola propuesta me ha llenado de profunda contrariedad.

Como hoy es 20 de marzo y se celebra por primera vez oficialmente el Día Internacional de la Felicidad, quise que mi –insular- celebración consistiera en anotar las conclusiones más importantes a las que he llegado sobre la felicidad hasta hoy, comenzando por las reflexiones que he hecho en los últimos días, tratando de entender porqué siempre me ha resultado tan incómodo ese consejito de vivir cada día como si fuera el último.


Vive cada día como si fuera el último” Vs. “Haz una cosa a la vez

Es posible que todo se deba a mi forma de ser pero, sinceramente, me declaro en imposibilidad permanente de disfrutar cualquier cosa, por más que me guste, si es bajo la amenaza de que “no va a haber más de eso, de modo tengo que sacar todo el provecho que puedade una vez.

No, señor. Así no: me asfixia.

Tengo, igualmente, la certeza absoluta de que no está garantizado que 5 minutos después de este momento yo vaya a continuar con vida (y sé que los héroes que todos conocemos con enfermedades desafiantes lo tienen aún más claro). Sin embargo me resisto a participar de ese sentido fatalista de la realidad.

Como el avance no está en quejarse sino en proponer, he encontrado otra actitud bastante más sosegada que (en mi personalísima experiencia) ha funcionado bastante mejor: decidí hacer una sola cosa a la vez.

Claro: conforme están las cosas, es más fácil decirlo que hacerlo. Llevar a cabo el plan exigió hacer antes otra reflexión no menos importante: bastante bueno es suficiente; no se necesita que sea perfecto, como dice con tanto acierto el Dr. Ben-Shahar (Si seguía persiguiendo frenéticamente la perfección en cada cosa habría sido imposible concederme la licencia de hacer sólo una a la vez, ¿cierto?).

De acuerdo con el juego que nos plantea la realidad actual, donde estamos hiperconectados al mundo exterior y todo está pasando al tiempo y si te quedas del tren no eres nadie; donde cada minuto irrumpe en la escena otro personaje que hace las cosas mejor que tú; donde a la vuelta de cada esquina aparece una persona más hermosa y más inteligente que la anterior; donde ningún título académico alcanza; en esta dinámica en que la vida nunca es suficientemente confortable porque cada mes hay un automóvil mejor que el tuyo y un electrodoméstico más sofisticado; cada semana oyes de otra familia menos disfuncional que la tuya y cada tanto emerge un nuevo ícono del estilo a quien seguir (por sólo citar unos ejemplos y no pintar un panorama más apremiante), de acuerdo con esas circunstancias, me resultó indispensable asumir, -si de verdad quería ser feliz en esta vida-, que bastante bueno es suficiente; y que no se necesita que sea perfecto.

En ese propósito me resultó de enorme ayuda interiorizar los planteamientos del Dr. Tal Ben-Shahar, profesor de psicología positiva en la Universidad de Harvard, que dice esto mismo que estoy diciendo, pero mejor (como no podría ser de otra forma, claro).

Cuando decidí que le apostaría a vivir una vida llena de cosas suficientemente buenas, comencé a tener la disposición trascendental para hacer una sola cosa a la vez. Y no es que me haya resignado a rodearme de relaciones y cosas mediocres o que haya renunciado a dar lo mejor de mí en mi trabajo y en mi vida personal o que reniegue del ritmo de nuestra era.

Nada de eso: me le medí a obtener siempre lo mejor que se pueda, dentro de las cosas que me interesan (a mí; ¡a mí!) y dentro de las posibilidades que tengo como humano de las siguientes características actuales: mujer, 28 años, colombiana, abogada fugitiva, soltera, católica, etc. En 5, 10 o 40 años, mis intereses no podrán ser los mismos.

Entre otras razones, por eso es que no puede haber una receta mágica para establecer qué es lo bastante bueno, y con esto quiero decir que tampoco podrá existir nunca la fórmula para ser feliz: cada cual tiene (que tener) sus parámetros.

Fue así como entendí que no sólo era perfectamente posible sino, además, indispensable, comenzar a hacer una sola cosa a la vez: como ya había descartado la necesidad (autoimpuesta, naturalmente) de que todas las cosas fueran perfectas, pasé a dedicar menos tiempo en promedio a cada actividad en la que me ocupo, pero a poner toda mi concentración en cada cosa que hago. Ahora pienso que a eso es que se refieren los que definen la felicidad como la coincidencia entre lo que hace el cuerpo y lo que desea el espíritu y quienes hablan de vivir “aquí y ahora”.

Dar lo mejor de sí y confiar

Como la idea es ser feliz sin dejar de participar, de todas formas, de la dinámica actual del planeta tierra (la vía fácil sería aconsejarte que leas El Monje que Vendió su Ferrari y que hagas lo mismo, pero, sinceramente, ni yo me embarcaría en un plan de esos), lo más inteligente que encontré hacer en mi planteamiento de Vida Feliz, además de hacer una sola cosa a la vez, fue hacer bien y a tiempo las cosas que debo/quiero hacer y soltar el sentido del resultado (aquí el crédito es para mi papá, Orlando, que es mi héroe cotidiano). Es decir, aprendí a confiar en el futuro (¿en “la vida”?), en lo que soy y en que siempre será exactamente lo que tenga que ser.

Esta no es una invitación a la ingenuidad ni al hipismo. Al contrario, lo es a la serenidad consciente. ¿En serio es tan importante tener todas las variables bajo control? Por lo pronto pienso que no, porque cada día que pasa me encuentro con más y más evidencias de que el control va por un canal distinto al de la felicidad, en el sentido de que una cosa no tiene nada que ver con la otra (piensa en cualquier sujeto controlador y dime, honestamente, si cambiarías tu vida por la de él porque él es más feliz… Tal vez sea más rico, pero, ¿más feliz?).

Así, la conclusión a la que he llegado hasta este momento es que debemos tener en relación con nosotros mismos la misma actitud indulgente y comprensiva que tenemos hacia los demás, de quienes no esperamos un sistema operativo a prueba de fallos, así que, por regla general, no les exigimos tanto como nos exige a cada uno de nosotros el carcelero interno con el que conversamos a todas horas.

Por lo pronto puedo concluir que hay una mina de bienestar en entender que somos humanos muy humanos y que sólo hasta ese preciso punto (hasta el límite exacto de nuestra naturaleza) nos es exigible un resultado.

¡Feliz día de la felicidad!!!

domingo, 13 de enero de 2013

No encuentro la felicidad laboral: ¿Seré yo?





Una lectora a quien aprecio muchísimo, aunque no tengo el gusto de conocer personalmente, me escribió esta carta que, por plantear unos temas de reflexión muy interesantes, me permito compartir y comentar con todos.

Querida Sylvia,

Te escribo porque quisiera saber un poco más sobre cómo potencializar mi imagen. Te cuento que en mi actual trabajo, las apariencias en verdad engañan, se vive en un mundo de competencia extrema en hacer del mando, un poder absoluto, sin respeto a los demás, no existe la palabra trabajo en equipo, a menos que uno haga parte de aquí, o de allá, ¡no hay humanidad!!! se considera el mando como el poder de humillación, está mal visto que se trate con respeto o afecto a los mandos medios o bajos.... acá reina la "clase social", donde la hipocresía está a la orden del día. Tanto así que me cansé, y renuncié... No sé si sea yo, Sylvia, pero me ha costado tanto ubicarme laboralmente, pues no sé, no me siento feliz en los puestos que he tenido, bueno, únicamente en uno... trabajé como docente y me encantó; me sentía feliz, ¡realmente feliz!!! pero nada, se me acabó la alegría al salir de allí. Y ¿por qué salí?? Bueno, lo mismo, la dueña del Colegio era bien particular, su ego tocaba el cielo y el pago era una súplica... pensé que al cambiar de ambiente estaría feliz, pero ¡Nooo!! no sé si sea mi imagen, no sé, pero no he podido encontrar nuevamente la felicidad laboral que tanto llamo a mi vida.... ahhh, qué vida ésta... ¿cómo me encuentro?, ¿cómo potencializo mi entorno???, ¿cómo me veo ante los demás???, ¿seré yo??? ¡ahhh!!, ¡ayuda!!!

D.


Querida D.,

Sin lugar a dudas tomaste la decisión correcta al haber renunciado a tu trabajo, ya que estabas en un entorno que bloqueaba tu proyección personal al ponderar el maltrato y la discriminación como formas legítimas de reiterar el poder. Quienes crean esos escenarios están en un proceso energético y vital muchísimo menos evolucionado que el tuyo y, teniendo en cuenta que tú no eres la propietaria de la empresa, fue una elección sabia –y valiente- la de iniciar un nuevo proyecto.

Me dices que el recuerdo de tu experiencia como docente es muy gratificante. Sin embargo no me atrevería a recomendarte que buscaras nuevamente un empleo como profesora por cuanto no sé si ese trabajo realmente materializa tu pasión o si sólo fue una experiencia agradable que ahora, en virtud de tus circunstancias negativas, puedes estar magnificando como algo mejor de lo que realmente fue (una jefa con un ego descontrolado y una mala paga no son propiamente los elementos que ordinariamente se asocian a la idea de “el trabajo de los sueños”; por eso mi duda).

Examinando lo que me comentas, la parte final de tu carta llamó especialmente mi atención: “pensé que al cambiar de ambiente estaría feliz, pero ¡Nooo!! no sé si sea mi imagen, no sé, pero no he podido encontrar nuevamente la felicidad laboral que tanto llamo a mi vida.... ahhh, qué vida ésta... ¿cómo me encuentro?, ¿cómo potencializo mi entorno???, ¿cómo me veo ante los demás???, ¿seré yo???”.

Lo primero que debes saber es que el problema no eres tú y, por lo tanto, la solución no consiste en ensayar “ser alguien más”. Ciertamente, es posible que sea necesario hacer algunos ajustes tanto de percepción (tuya, interna), como de tu imagen (la que proyectas a nivel profesional), pero esas cosas escapan a lo que te puedo ayudar sin conocerte. Sin embargo sí hay varias recomendaciones muy útiles que te puedo hacer, sobretodo en este momento del año.

1. Ubica los elementos centrales de tu identidad. Este es el primer paso indispensable para autogerenciarse eficazmente. Parece un ejercicio innecesario porque uno vive con uno mismo, de manera que se supone que esas cosas ya deberían estar muy claras para cada quien. Sin embargo, por la situación que expones, es posible que para ti no lo estén tanto. Cuando tienes consciencia de tus talentos, de tus posibilidades, de tus límites y de tus defectos, puedes tomar decisiones responsables y vas a poder comenzar a anticipar algunos resultados. (Si no tienes un método, puedes ensayar con la famosa matriz DOFA. Encuentra aquí un tutorial que me parece muy sencillo y bueno: Cómo hacer una matriz Dofa).

2. Ten clarísimo qué es lo que quieres. Sé que habrás leído ese consejo 1.000 veces, pero puede que en la 1.001 llegues a la reflexión correcta. Fíjate en tu contexto: acabas de renunciar a tu trabajo, pero lo hiciste de manera programada, así que no necesariamente estás en medio de un apuro que te obligue a aceptar cualquier vacante. Antes de comenzar a buscar (suena idealista, pero así funciona), sueña. Sí, sueña primero. Sin pensar en las expectativas que tienen los demás de ti; sin sentirte atada por la profesión que elegiste hace unos años, etcétera, sueña: ¿qué es lo que más te gustaría hacer?

Ahora: esto no es Disneylandia. Antes de saltar al abismo de iniciar una actividad totalmente nueva, es necesario que investigues (a fondo; no olvides que hablamos de un nuevo Plan de Vida) cómo viven las personas que se dedican a eso que estás considerando; qué tuvieron que hacer para llegar donde están (Madonna no se volvió exitosa de la noche a la mañana –a propósito te recomiendo leer biografías de personas relacionadas con lo que escojas hacer, antes de). Debes establecer, además, si esa actividad por la que te estás inclinando es realmente a lo que te quieres dedicar por el resto de tu vida o si sólo es un hobby altamente apasionante (el riesgo de confundir una cosa con otra es muy alto y sale costosísimo devolverse. Yo estuve a punto de que me pasara).

3. “¿Será mi imagen?”. No es fácil decirlo de un modo que no suene muy superficial, pero alguien tiene que hacerlo: la forma como te ves y como los demás te ven determina muchas de las cosas que te están pasando. Detente ya mismo y piensa en cómo escogiste verte hoy. Si fueras caminando por la calle y te vieras pasar caminando, ¿qué pensarías?, ¿te darían ganas de ser esa persona?

En los primeros días de este año tuve el gusto de ser el coach de una hermosa estudiante a punto de graduarse como abogada y quisiera compartirte algunas de las reflexiones que hice con ella. Como primera medida debes saber que tu imagen no sólo consiste en la ropa y los accesorios. Tu imagen está compuesta, cómo no, por el atuendo, pero también por el manejo (ojalá consciente) de tu lenguaje corporal; por el tono de tu voz; por las palabras que eliges para comunicarte; por tu forma de caminar; por la manera como te diriges a los demás (¿excesiva dulzura?, ¿marcas demasiada distancia con todos?); por la actitud con la que asumes los retos diarios.

Como no sé cuál sea tu profesión, voy a seguir pensando en mi joven abogada, porque esos argumentos son universales. Al hacer el repaso de los elementos que conforman la imagen le hice notar que para comenzar su trayectoria profesional es indispensable que ella se sienta, se vista, actúe, piense y aborde todas las situaciones como la abogada que es, incluso el fin de semana. No quiero decir con esto que haya que sacrificar la naturalidad y hacer cosas tan aburridas como usar siempre un lenguaje muy estructurado. No. Te estoy invitando a algo mucho más interesante: empodérate de esa profesional que quieres ser y refleja su esencia en todas las actividades cotidianas. ¿Y cómo hago eso? De nuevo, se comienza soñando. Imagina toda tu vida con detalle. Una pregunta que favorece la inspiración es “¿cómo actuaría si fuera tal persona?”. Visualiza los colores, tu oficina, tus colegas, tus almuerzos de trabajo… y procede.

Prepara una hoja de vida que más que contar qué has hecho, refleje lo que elegiste ser a partir de ahora. Y vístete para el espectáculo. Saca de tu armario la ropa fofa que sólo evoca eso que ya no quieres ser. Ensaya (sola, en tu cuarto, frente al espejo, salvo que puedas contar con el entrenamiento de un coach ejecutivo) tu voz, tu postura corporal. De ser posible, haz la escena de lo que sería “La Peor Entrevista de Trabajo de tu Vida”, imaginando las preguntas más complicadas y lo que dirías.

4. Pasa a la acción. La acción es energía en movimiento y activar ese mecanismo te corresponde a ti y sólo a ti. Hay que salir a buscar las oportunidades. Tal como he dicho a quienes me han consultado por sentir que su vida amorosa está estancada, “salvo que quieras salir con el repartidor de la pizza, nadie más va a venir a tu puerta”. Busca en internet todas las firmas que se dediquen a eso que quieres hacer en tu ciudad… ¡o donde quieras vivir ahora! (ojo: haz las cuentas primero, ¿no? Sí estamos hablando de una revolución, pero sin enloquecerte).

5. Y disfruta el proceso. Olvídate de que vas a transitar un camino en línea recta hacia esa nueva meta que te has fijado, porque la frustración aparecerá sin falta en la primera curva. Para disfrutar de los cambios es indispensable una alta dosis de flexibilidad. En verdad es tan importante ser flexible, que hay que tener la mente y el ánimo dispuesto para asumir, por el camino, un cambio grande de planes.

Nadie te puede garantizar el resultado de esta aventura pero, eso sí, asegúrate, invariablemente, de dar lo mejor de ti en todas las fases; eso es lo que tú sí puedes hacer. El resto déjalo en manos del Destino (o de Dios o del Marciano o de Buda o de lo que sea que te funcione mejor. Tú haz tu parte y confía).

Con mucho cariño y esperando que estas reflexiones te sean de alguna utilidad,


Sylvia


Imagen: Divina Ejecutiva + DreamsTime


miércoles, 21 de noviembre de 2012

¡Antes de crear una Marca Personal, lee esto!



La creación de una Marca Personal no debe estar precedida de unas meras ganas de tener algún reconocimiento, ya que toda alta notoriedad tiene su precio (la fama no siempre es buena; no lo será, por lo menos, mientras no se obtenga con un fin específico, mientras no haga parte de un plan).

En la creación de tu Marca Personal debe haber un ejercicio de conceptualización que te permita concretar en palabras sencillas en qué radica tu “ventaja comparativa”, incluso si no quieres hacerte a una marca con propósitos comerciales o profesionales.

Tuve el gusto de acompañar el diseño la marca de una mujer joven que se había casado con un señor mayor, perteneciente a un grupo sociocultural más alto que el suyo. Cuando le pregunté para qué me había buscado, me sorprendió positivamente la contundencia de su respuesta: “Sé que soy una vieja buena, sé lo que estoy haciendo y lo que quiero es ser tomada en serio en los cocteles a los que voy con mi marido”.

Excelente comienzo para nuestra relación.

(Durante mi ejercicio como abogado siempre tuve una inclinación natural hacia los casos de las personas que tenían claros sus antecedentes, el propósito de su consulta y su intención. Les aseguro que me encantaría poder contar más…).

Volviendo a lo que nos convoca, lo que quiero ilustrar con la enunciación del caso de la señora que me dijo que su propósito era ser tomada en serio en los cocteles de la sociedad capitalina, es que el nacimiento de tu Marca Personal tiene que tener una clarísima intención.

Para empezar, selecciona una o máximo dos cosas por las que quieres ser recordado. Como estamos haciendo el ejercicio entre personas normales, de la vida real, como tú o como yo, los objetivos primarios serán, así mismo, sencillos: que los demás (i) te asocien automáticamente con algo específico (una actividad, una cualidad –ese también puede ser el propósito, como la señora del ejemplo, que no tenía un interés empresarial-) y (ii) que cuando no estés, te recomienden. Listo.

Ten en cuenta que al diseñar tu Marca Personal debes hacer gran énfasis en lo que haces, en aquello en que te destacas por ser mejor que otros que hacen lo mismo (ahí radica tu ventaja comparativa). El énfasis deberá estar, pues, en tu actividad más que en ti mismo. Para efectos del funcionamiento de tu Marca, tú vendrás siendo el vehículo que revista de atributos humanos a esa actividad que desarrollas tan bien (ser un excelente cerrajero, un excelente abogado tributarista, una excelente anfitriona, una excelente pareja de baile, una excelente relacionista pública, un excelente conversador, etc.).

¿Viste que usé seis veces la palabra  “excelente”  y ninguna vez  “El Mejor”?  Eso obedece a que no me sentiría cómoda aconsejándote que te desvivas por ser El Mejor en nada. Ni siquiera en eso de lo que derivas tu sustento. Ser excelente es más funcional y nada resignado.

La experiencia me ha demostrado que es mucho más inteligente (¡y qué decir de “eficiente”!) apostarle a la excelencia, que es un nivel perfectamente alcanzable, teniendo en cuenta que el parámetro de comparación eres tú mismo y el combustible es tu propio nivel de compromiso; mientras que si te embarcas en el torbellino de ser El Mejor, el parámetro serán todos los demás millones de seres humanos que están en la misma franja y la motivación será una de dos: el miedo a no lograrlo o la competencia descarnada con tus millones de rivales. Este es un método válido, que sin lugar a dudas funciona (todos los días vemos gente a la que le funciona), pero que yo no recomendaría nunca porque me parece que te aparta peligrosamente de la posibilidad de vivir una vida “feliz” (y teniendo en cuenta que sólo tenemos una vida, sinceramente no entiendo por qué no apostarle a pasarla bien).

¿Por qué el ideal de ser El Mejor se opone a la vida feliz? Porque no admite niveles “muy buenos” de talento, sino que se desarrolla bajo la dinámica del Todo o Nada, que no tiene sentido. Siendo excelente en aquello que te gusta hacer puedes cubrir perfectamente el 100% de la necesidad de la gente que requiera tu servicio (o la gente con la que quieras compartir tus cualidades) con un altísimo nivel de satisfacción de parte y parte.

¿Cómo ser realmente muy bueno en lo que haces? Siendo muy diligente en cultivar tu talento natural hasta hacer de éste una verdadera destreza, con trabajo duro y focalizado en potencializar las habilidades con las que naciste y que probablemente hasta ahora sólo venías asumiendo como algo que se te facilita hacer pero nada más. Reviste de profesionalismo y maestría ese don que te distingue: durante el proceso la diversión está garantizada y los réditos llegarán en el momento justo.

No trates de empujar el río”. Concéntrate en lo tuyo dando lo mejor de ti, asume los eventuales fracasos como poderosas experiencias íntimas de aprendizaje y la vida se encarga del resto. Ah, y vive un día a la vez: eso es suficiente (y gratificante).


jueves, 8 de noviembre de 2012

La crueldad de los falsos paradigmas







Si Barbie existiera no podría tenerse en pie porque sus piernas y su tronco no son proporcionales.

Cuidado con los falsos paradigmas; los hay de todas las clases. Todo el tiempo nos bombardean con ideas inalcanzables de belleza, de éxito, de vida 500% feliz

La crueldad en la fantasía de los medios y las firmas publicitarias no tiene límites.

¿Quién dijo que sólo hay una forma de hacer las cosas? Si eso fuera así, no habría tantos abogados millonarios ejerciendo el derecho de marcas y patentes.

Claro: la experiencia ajena es valiosa. Analiza modelos que te parezcan exitosos de belleza, de desempeño profesional, de vida familiar, etc., y usa lo que te aproveche y lo que puedas implementar con disciplina y con un esfuerzo racional.

Y cuídate del oportunista que hay frente a cada aspecto débil del ser humano.

Cada vez que alguien quiera imponerte una solución, haciéndote creer que tienes que ser (hacer, pensar, vivir, trabajar, soñar) de una única forma, desconfía: el mundo es más grande que la casa de Barbie (y que muchos otros lugares que frecuentamos en la vida real en busca de orientación).


Imagen: So bad, so good & Roseano

lunes, 29 de octubre de 2012

Porqué insisto tanto con la música para sentirse bien



En mis publicaciones es recurrente ver que digo cosas como “nuestro cerebro es tan influenciable, que la música feliz lo hace poner feliz”; “oigan este sonsonetico, que está bueno para el fin de semana”, etcétera.


A pesar de que muchos ya me han confirmado que, en efecto, la música con buen ritmo o con mensajes positivos les ha ayudado a superar momentos difíciles de la cotidianidad, me parece que un poco más de ilustración sobre cómo funciona la cosa nunca está de más.

Lo primero que te propongo es hacer un cambio de concepción –ojalá de una vez y para siempre-: deja de asumir tu cerebro como una máquina que genera ideas. En lugar de eso te propongo que entiendas que tu cerebro es un dispositivo que sintoniza cosas (energías, tipos de gente, prosperidad, pobreza, situaciones, etc.).



La cuestión es muy sencilla: a estas alturas de tu vida ya debes haber verificado por tu propia cuenta que es materialmente imposible cambiar a las personas o las circunstancias que nos rodean, ¿verdad?.

Lo que, en cambio, sí es posible que te falte comprobar, es el hecho cierto y demostrable de que “cuando tu cambias, el mundo cambia”.

Haz el experimento que te propongo a continuación, pero de manera consciente. Supongamos que tienes un jefe (un profesor, un colega, una pareja, etc.) insufrible; un abusador de tus capacidades normales de trabajo; lo que sea. Cualquier esfuerzo que hagas por hacerle entender que las cosas podrían ser distintas y que todos podrían estar mejor si él dejara de ser como es, es realmente estéril, porque tu jefe está viviendo algún proceso interno a su propio ritmo; seguramente tiene muchas cosas pendientes por aprender de esa forma de ser tan avasalladora.

Lo cierto es que tú no puedes alterar el curso de su aprendizaje pero, en lugar de victimizarte todo el tiempo y volcar la ira contra las cosas o las personas que tienes cerca, sí puedes probar hacer lo siguiente: hazte a la idea de que nadie va a venir a salvarte. Nadie va a venir a llevarse a ese jefe. Nadie lo va a hacer cambiar.

Nadie va a venir a salvarte, así que te corresponde crear el cambio que quieres en tu vida. ¿Cómo? Reencuadrando el significado que le das a las cosas. La música es una excelente herramienta para ese propósito: si la voz que tienes (que todos tenemos) en la cabeza te está repitiendo mil veces con ira “jefe desgraciado, si pudiera lo ahorcaría” y dejas que la tal vocecita haga carrera, vas a terminar frustrado o preso. No hay más opciones.

Si, en cambio, le das a tu cerebro (que, como ya convinimos, es un dispositivo que sintoniza energía, -¿te acuerdas?), algo más divertido en qué pensar, como ciertamente lo es una canción con buen ritmo o con un mensaje positivo, el asunto con el tirano va a pasar a un segundo plano; los lentes con los que ves el mundo no van a ser los de la tragedia sino, en cambio, los de una persona positiva, dinámica, que tiene que enfrentar desafíos normales, tales como capotear personas difíciles.

La cosa funciona así porque nuestro cerebro (sí, el mismo que te dice que no puedes, que ya es tarde, etcétera) es muy influenciable (si no, no te diría tantas bobadas) y no alcanza a distinguir si en serio estás feliz porque te está pasando algo feliz, o si sólo se trata de una cancioncita que le estás poniendo para manipular positivamente al dictador que todos llevamos por dentro.

Hay quienes se han tomado esto tan en serio que me cuentan que han dejado de ver las noticias también… Yo sí las veo, pero, en fin, cada cual hace sus cuentas.

Para terminar, les dejo como tímida sugerencia esta canción que conocí gracias a un paisano santandereano: “Hoy voy a pasármelo bien”, de Hombres G (click aquí para oír la canción). Me dijo que le funciona de maravilla.


 Imagen: Egbongunmiaije en Wordpress