martes, 14 de mayo de 2013

La Felicidad es un ejercicio de administración




Todos conocemos muchísimos casos (en nuestra vida diaria o por las revistas de todas partes del mundo) de personas que consideramos altamente exitosas y que, sin embargo, aseguran estar muy lejos de ser felices. Y siempre nos preguntamos por qué: “si yo tuviera la belleza y el dinero de Fulana, tendría todo resuelto”; “si yo ganara todos los casos como el abogado Tal, mi vida sería magnífica”, etc.

Las historias de vida que hemos oído nos llevan a dos conclusiones importantes: (i) poner toda nuestra energía en lograr esa única cosa que asociamos al éxito jamás garantiza lograr un estado de satisfacción sostenida. Y (ii) la apuesta por la Felicidad rotunda es tan complicada como jugar al tiro al blanco con la diana en movimiento. Este es el acertado resumen de Laura Nash y Howard Stevenson en una clásica publicación de la Universidad de Harvard.

Ahora: no se trata aquí de introducir la idea de que para ser feliz hay que renunciar a ser exitoso. Faltaría más. La cuestión sí es, en cambio, entender que para ser feliz lo conveniente es alternar los usos que damos a nuestra energía entre los aspectos que son más gratos para el ser humano: “realización personal, logro al trabajo, significación a la familia y legado a la comunidad (Nash y Stevenson, 1999).

Entender la necesidad de hacer una distribución balanceada de la energía en varios ámbitos de nuestra vida es apenas el comienzo, ya que esa sola tarea es, de por sí, difícil. El primer reto estaría en responder a la pregunta “¿Cómo distribuyo eficientemente mi energía?

Clasificar los deseos

Hacer una categorización de tus metas y deseos en función de lo que significan para ti y del beneficio que te podrían representar es un ensayo de demostrada utilidad. Supongamos que sueñas con tener una familia, aprender a bailar tango, cambiar de carro, lograr un ascenso y tener un abrigo de tu diseñador favorito.

No hay razón para renunciar a ninguno de los propósitos (por ambiciosos que parezcan unos y superficiales que parezcan otros), pero es igualmente cierto que, cuando de metas se trata, el orden de los factores SÍ altera el resultado. ¿Cómo organizarías las metas del ejemplo para que sean todas igualmente realizables?

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