Mi pasión profesional está
conformada por dos temas: la Felicidad y la Marca Personal (la imagen, el
lenguaje corporal, los valores, las actitudes, la motivación).
Aunque a simple vista pareciera que
una cosa no tiene nada que ver con la otra, por ser la primera tan espiritual y la segunda tan comercial (o
superficial, si se quiere), resulta que en la práctica tienen todo que ver: ninguna funciona bien sin la otra.
Cuando hablo de Felicidad (así, con
efe mayúscula), no me refiero a que por tener una imagen que en conjunto estimula y engancha a las personas de tu interés, tu vida se vuelva
automáticamente “perfecta”.
Eso no existe. Eso no va a pasar.
De acuerdo con eso, el propósito no
puede ser que vivas siempre sonriendo, en el top de la alegría, ni que estar en
tu oficina sea tan divertido como trabajar en Disneylandia o en Google. Cuando digo
Felicidad, quiero resumir una vida “bastante
buena”, con momentos difíciles que se
aceptan y se superan; con metas
altas pero realizables: me refiero a la
Felicidad en los casos de la vida real.
Y precisamente analizando cómo hace
la gente que en la vida real (en sus negocios, en sus casas, en sus escuelas,
en sus matrimonios) es feliz, he
encontrado un patrón que se repite en la mayoría: las personas más felices empezaron por obligarse (auto observándose antes de actuar); luego por permitirse ser espontáneas hasta que se volvieron habitualmente espontáneas.
Lo que te propongo en el día
de hoy (sabes que se puede llevar hasta
la fuente, pero no se puede beber
por otro; por eso es sólo una propuesta) es que comiences a dotar las ideas que preceden tus acciones de
una grandísima dosis de espontaneidad.
¿Y eso cómo se hace? Para empezar,
deja de hacer las cosas buscando algún beneficio o efecto colateral. Comienza a
actuar porque sinceramente te nace hacer algo. Entre otras, vas a ver que tus preconceptos de “bueno” y “malo”
comienzan a tambalear.
Cuando te comportas de manera
espontánea, sin estar calculando todo el tiempo qué beneficio te puede traer lo
que haces (ser honrado, relacionarte con
alguien, sonreír, ayudar, no decir mentiras, ser amable, comer algo, hacer
un cumplido, no quedarte con lo ajeno, etc.), ganas un grandísimo poder personal: dejas de ser presa del
destino porque vives permanentemente escogiendo lo que quieres hacer;
tu felicidad deja de ser el rehén (deja
de depender) de que la persona favorecida con tu acción tenga una muestra de
gratitud contigo y dejas de obsesionarte con que las cosas tengan el efecto que
te gustaría que tuvieran.
Si vas por la vida haciendo o dando
cosas para obtener la recompensa de quien las recibió, vas a ir
arrastrando un saco de frustraciones porque vas a estar esperando recompensas que,
según tus creencias, sean equivalentes a cada acción
"buena" que tuviste.
Métete en la cabeza que la recompensa por tus acciones no es automática
ni es obvia: en la dinámica de este intercambio no recibes un pan a cambio
de un pan. Eso se logra con los contratos; no más.
Ponte a pensar: ahora mismo estás
gozando de muchas cosas buenas que, si te fijas, podrían no tener explicación aparente. La vida se manifiesta de
muchas maneras. Abre tu mente y tu corazón en disposición a lo
"inesperado" y sigue actuando por mera convicción. Le funciona a la
gente más feliz.
Sé espontáneo. Atrae con tu coherencia.
No juzgues, no critiques. Eso es lo que depende de ti. Para el resto, confía en
el destino.
“La vida sabe lo que tiene en mente”
-Neale Donald Walsch.
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