miércoles, 14 de noviembre de 2012

Las Marcas Personales de éxito sostenido tienen algo en común: ¡espontaneidad!






Mi pasión profesional está conformada por dos temas: la Felicidad y la Marca Personal (la imagen, el lenguaje corporal, los valores, las actitudes, la motivación).

Aunque a simple vista pareciera que una cosa no tiene nada que ver con la otra, por ser la primera tan espiritual y la segunda tan comercial (o superficial, si se quiere), resulta que en la práctica tienen todo que ver: ninguna funciona bien sin la otra.

Cuando hablo de Felicidad (así, con efe mayúscula), no me refiero a que por tener una imagen que en conjunto estimula y engancha a las personas de tu interés, tu vida se vuelva automáticamente “perfecta”.

Eso no existe. Eso no va a pasar.

De acuerdo con eso, el propósito no puede ser que vivas siempre sonriendo, en el top de la alegría, ni que estar en tu oficina sea tan divertido como trabajar en Disneylandia o en Google. Cuando digo Felicidad, quiero resumir una vida “bastante buena”, con momentos difíciles que se aceptan y se superan; con metas altas pero realizables: me refiero a la Felicidad en los casos de la vida real.

Y precisamente analizando cómo hace la gente que en la vida real (en sus negocios, en sus casas, en sus escuelas, en sus matrimonios) es feliz, he encontrado un patrón que se repite en la mayoría: las personas más felices empezaron por obligarse (auto observándose antes de actuar); luego por permitirse ser espontáneas hasta que se volvieron habitualmente espontáneas.

Lo que te propongo en el día de hoy (sabes que se puede llevar hasta la fuente, pero no se puede beber por otro; por eso es sólo una propuesta) es que comiences a dotar las ideas que preceden tus acciones de una grandísima dosis de espontaneidad.

¿Y eso cómo se hace? Para empezar, deja de hacer las cosas buscando algún beneficio o efecto colateral. Comienza a actuar porque sinceramente te nace hacer algo. Entre otras, vas a ver que tus preconceptos de “bueno” y “malo” comienzan a tambalear.

Cuando te comportas de manera espontánea, sin estar calculando todo el tiempo qué beneficio te puede traer lo que haces (ser honrado, relacionarte con alguien, sonreír, ayudar, no decir mentiras, ser amable, comer algo, hacer un cumplido, no quedarte con lo ajeno, etc.), ganas un grandísimo poder personal: dejas de ser presa del destino porque vives permanentemente escogiendo lo que quieres hacer; tu felicidad deja de ser el rehén (deja de depender) de que la persona favorecida con tu acción tenga una muestra de gratitud contigo y dejas de obsesionarte con que las cosas tengan el efecto que te gustaría que tuvieran.

Si vas por la vida haciendo o dando cosas para obtener la recompensa de quien las recibió, vas a ir arrastrando un saco de frustraciones porque vas a estar esperando recompensas que, según tus creencias, sean equivalentes a cada acción "buena" que tuviste.

Métete en la cabeza que la recompensa por tus acciones no es automática ni es obvia: en la dinámica de este intercambio no recibes un pan a cambio de un pan. Eso se logra con los contratos; no más.

Ponte a pensar: ahora mismo estás gozando de muchas cosas buenas que, si te fijas, podrían no tener explicación aparente. La vida se manifiesta de muchas maneras. Abre tu mente y tu corazón en disposición a lo "inesperado" y sigue actuando por mera convicción. Le funciona a la gente más feliz.

Sé espontáneo. Atrae con tu coherencia. No juzgues, no critiques. Eso es lo que depende de ti. Para el resto, confía en el destino.

La vida sabe lo que tiene en mente 
                                                           -Neale Donald Walsch.


Imagen: Bokelberg

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