En la columna anterior (“Cuando verse
mal se convierte en vicio”) nos referimos a los cinco patrones que
generalmente explican las razones más importantes por las cuales muchos de
nosotros hemos pasado períodos oscuros, viéndonos mal un día tras otro.
Al cabo de la explicación de cada una de las Causales señalé enfáticamente
que no existe ninguna razón para que te sientas desolado o hundido en una
imagen que no escogiste, que nunca hubieras querido para ti pero que, sin
embargo, es la que tienes actualmente. En efecto, no hay de qué preocuparse,
porque cada una tiene su solución, como vamos a ver en breve.
Lo primero que debes tener en cuenta es que el hecho de que lleves años
usando un mismo estilo (por el cual, probablemente, te identifiquen en este
momento), no quiere decir jamás que estés
en la obligación de verte igual siempre. Tampoco debes caer en el error de
pensar que manteniendo la misma imagen vas a mantener un placentero bajo perfil
que te saque del radar de los demás. ¿A quién quieres engañar?
Lo que, en cambio, sí necesitas saber (o al menos comenzar a considerar),
es que tú y sólo tú puedes decidir cómo quieres que te vean las otras personas
y, yendo mucho más allá, debes ser consciente de que tienes el poder de decidir
cada mañana quién quieres ser en el
día que comienza. En fin y al cabo, nadie vive tu vida por ti; sólo tú sabes la
incomodidad que se siente cuando piensas que podrías verte mejor y que, sin
embargo, no haces nada al respecto. Esa ya es una legitimación suficiente para
hacer el cambio que quieres sin importar lo que piensen los demás, ¿no te
parece?
Las razones por las cuales se incurre en cualquiera de las Causales Para
Verse Mal pueden ser muchas y de distinta naturaleza. Sin embargo, la más
frecuente (y el fenómeno es más recurrente en mujeres nacidas antes de 1970),
es que en algún momento del principio de su edad adulta encontraron un peinado,
un estilo de maquillaje o una paleta de colores que tuvo gran acogida entre sus
amigos y luego no se atrevieron a salir de ella por el temor a que el cambio no
causara el mismo impacto positivo (si estás ahí, no tienes de qué preocuparte;
no eres la única persona a la que le pasa esto: los seres humanos muchas veces
actuamos, erróneamente, animados por el miedo a equivocarnos y otras tantas por
el miedo a no ser recompensados; a que no se nos felicite).
Lo cierto es que comenzar a sentirte cómodo contigo mismo ya no da espera y
sólo tienes que seguir unas reglas muy sencillas. Naturalmente, cada caso es
especial y el plan de fondo varía en su diseño para cada persona pero, teniendo
en cuenta que no te estoy viendo de frente, por lo pronto te puedo dar los tips que me han funcionado en la mayoría
de las Intervenciones Profundas de Imagen:
1. Ubica en las revistas, en los periódicos o
entre tus amigos, las personas que admiras por la imagen que proyectan y
analiza detenidamente qué es lo que hace que luzcan tan bien. (Este paso puede
tomar un par de semanas o más. Ve con calma. Se trata de un trabajo serio de
observación analítica).
2.
Una
mañana de domingo, en la soledad del baño de tu casa (para asegurarnos de dos
cosas: primero, que nadie va a irrumpir en la escena –en algún punto te verás
chistoso y no es la idea que alguien más te vea así- y, segundo, que vas a
tener la cara y el pelo limpios, sin haberte hecho el mismo peinado –o
maquillaje, afeitado, etc.- de siempre), ensaya los estilos que hayas observado
previamente en quienes admiras.
Es importante que te programes emocionalmente para
hacer este experimento una y otra vez. Con un solo intento no basta: esos looks
tan admirables que elegiste son el fruto del esfuerzo (y del “ensayo/error”) de
quienes los llevan, ¡no creas que llegar a ese punto ha sido tan fácil!
3.
Ve a
un almacén grande de ropa (que no sea una boutique pequeñita, con la señorita
siempre junto a ti, diciéndote que todo lo que te pruebas te queda bien con tal
de recibir su comisión) y oblígate a escoger cinco prendas con
estilos y colores distintos
(¡distintos a lo que ya usas y distintas entre sí! –no importa si de entrada no
te gustan tanto; ¡estamos ensayando!-), que jamás pensarías que te pudieran
quedar bien. Camina al probador con la mejor actitud posible (si no, nada, en
serio, nada, se verá bonito).
Es posible que, a pesar de que la ropa sea de tu
talla, de verdad no te favorezca en absoluto, pero, ¿qué tal que sí? ¡Regálate
una de las finalistas!
4. En una mañana de día hábil (no lo hagas
desde la noche anterior: un ingrediente indispensable para este ejercicio es la
energía de la mañana), ponte frente al clóset y piensa: “Si hoy tuviera
que
verme como… (gerente, persona de negocios, artista, estrella de cine, alguien
más joven, ¡lo que quieras! –pero que te guste, obvio-), ¿qué me pondría?”
Todos tenemos en el guardarropa piezas de varios
estilos que podrían funcionar para cualquiera de los perfiles que mencioné. Haz
este ejercicio sin miedo. De todas formas las piezas van a salir de tu ropero.
Tú las elegiste cuando las compraste, de modo que no es posible que parezca que
te has disfrazado.
Y si en la oficina (o donde sea que vayas) te
preguntan con picardía que a qué se debe la especialidad, responde cualquier
cosa sencilla (“ah, ¡te diste cuenta!”;
lo que sea, pero que no suene a disculpa
o a explicación; eso es clave), sonríe y sigue en lo que estás haciendo. Es
tu experimento. Punto.
5. Si lo que te gusta es romper las reglas
porque no soportas que la prensa te diga cómo te tienes que vestir, está
perfecto. Sólo trata una cosa: mira con detenimiento si ese estilo que escogiste en particular realmente te favorece o si, por ejemplo, deberías usar otra combinación
de colores o una talla más grande o más pequeña; o si te verías mejor, en el
caso de las mujeres, con el pelo recogido o con un poco menos de maquillaje, y
en el de los señores, con la cara afeitada o con la barba más cuidada, etc. El
lema para ti es que irreverente no
signifique descuidado.
¡Buena suerte y hasta el próximo jueves!
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